Las nubes no son esferas, las montañas no son conos toma su nombre de una frase de Benoît Mandelbrot en La geometría fractal de la naturaleza. Con esa advertencia, Mandelbrot nos recuerda que la naturaleza nunca se ajusta a las formas simples de la geometría clásica: las nubes desbordan la esfera, las montañas no se dejan reducir a un cono y las costas no dibujan un círculo perfecto. El paisaje es, en realidad, una geometría quebrada e inestable. Desde este concepto, el proyecto se pregunta cómo se construye el territorio a través de la manipulación de materias e imágenes: ¿cómo nombrar un horizonte que se altera por la intervención humana, que transforma su materia y su imagen?
La exposición reúne piezas que exploran esa fractura: objetos escultóricos y pinturas que recogen las huellas que dejan los procesos industriales en los territorios. Es un laboratorio donde el entorno aparece como condición postnatural, donde los materiales hablan de violencia y al mismo tiempo, de resistencia. Cada obra es un síntoma, una evidencia de que la tierra y el aire ya no pueden pensarse fuera de las fuerzas que los manipulan.
Más que representar un paisaje, la muestra propone entrar en diálogo con sus rastros: montañas artificiales, materiales intervenidos, infraestructuras que se vuelven geografía. Convivimos aquí con un territorio que respira conflicto, pero también con un espacio de imaginación: mundos posibles que se dibujan más allá de las formas estables y de las geometrías que no alcanzan a contener la complejidad de lo vivo.