Durante la historia de la humanidad, las sociedades han impulsado su desarrollo mediante la manipulación de materias primas: extrayendo y organizando recursos, otorgándoles nuevas formas y modificando sus características físicas y químicas en búsqueda de un progreso racional. Ejemplos de ello son la piedra, el hierro o el bronce, que fueron fundamentales para la creación de las primeras herramientas y así mismo sentaron las bases para la evolución hacía lo que es el ser humano en la actualidad.
Se podría decir que la transformación surge de una serie de acciones que se llevan a cabo sobre las materias y que, en última instancia, con ello no se tiene en cuenta la capacidad que las materias mismas tienen para transformar de regreso, de manera que en las dinámicas donde se remueven materiales de un lugar y se tratan como materias primas, no prevalece el hecho de que esta remoción trae consecuencias no solo para los entornos, sino para las sociedades en ellos, basta con preguntarse por la erosión de las montañas, las sequías de los ríos o la elevación de la temperatura global, para comprender que detrás de la transformación a la que sometemos cada materia que nos provee la tierra, hay una consecuencia directa para nuestra propia existencia.
En este contexto vale la pena preguntarse por el papel del arte y el artista en relación a la transformación de las materias, pues el ejercicio del arte deviene en parte de una sinergia con la plasticidad de los elementos a los que se enfrenta el artista. La transformación de la forma es entonces una reflexión en torno a ese papel que tenemos frente a la alteración de los territorios, dado no solamente por la alteración frecuente de las materias, sino por su reciente mímesis con los entornos virtuales y las formas contemporáneas de representación, permitiéndonos visualizar a partir de códigos y posibilitando la capacidad de alterar un material si decidimos extraerlo de su entorno natural para implantarlo en uno artificial.
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