La ciudad es un organismo vivo, siempre en un constante dinamismo propio de las condiciones diarias de supervivencia de sus habitantes. Así la concibe Oscar Villalobos. Para él los centros urbanos latinoamericanos funcionan como el corazón que bombea la vida de la ciudad, en busca de actividades y oportunidades de trabajo reciben desde la periferia un importante flujo de individuos, quienes circulan por las arterias viales constantemente hasta el corazón de la ciudad, y ahí, de regreso a la periferia de sus hogares.
Pero a pesar de ser un organismo vivo las urbes también son grises, frías y hostiles. Sacrificar la vida en el campo por la de la ciudad es someterse a esa condición, aunque para una gran mayoría en Colombia no se trata de una opción sino de la única posibilidad para buscar el sustento de una familia. En muchos otros casos -como en el de Villalobos-, es un asunto de vida o muerte, pues históricamente el progresivo asentamiento en las grandes urbes es la conclusión del despojo y éxodo violento de los terrenos que le proveía todas las necesidades a un país que alguna vez fue mayoritariamente campesino y de vocación agraria.
Por eso Villalobos mira la ciudad con atención y algo de estupor. La suya no es la mirada indiferente de alguien que nació en medio de ese caos y lo normaliza concibiéndolo como algo natural. Su observación del color y la luz, propia de quien ha nacido y vivido entre los atardeceres vividos de los Llanos y sus reflejos sobre el Rio Guaviare, lo conducen a buscar desesperadamente el color entre las moles de asfalto y cemento grises de la capital. Su mirada analiza con lupa las dinámicas sociales y económicas, encuentra las fronteras invisibles que marcan las tenues diferencias entre la legalidad y el delito. Así, su ciudad es vista en positivo y negativo, no solo como se conciben esas palabras en el aspecto fotográfico, más bien positivo-negativo como cualidades del bien y del mal que acontecen a la luz del día y que se esconde a plena vista.
En Ciudad Dividida hay un trabajo riguroso de pintura, pero va más allá de lo plástico porque las imágenes revelan una serie de intereses de la mirada de Villalobos que desbordan el acto pasivo de la observación: Ciudad Dividida es antropológica, porque estudia las conductas y comportamientos erráticos tanto de la ciudad como de sus activos protagonistas; un análisis económico, porque profundiza en la informalidad y la ilegalidad como aspectos cotidianos de la supervivencia en el país; es poética, porque incluso en el caos destaca el orden y la belleza al comparar las sombrillas de los puestos comerciales con rosas que se abren en el albor de la mañana y que cierran los pétalos en la noche; es cromática, porque descifra y cataloga casi científicamente los matices de la ciudad; e incluso es medioambiental, porque reflexiona de forma crítica en la pérdida de la naturaleza, y rescata los desechos de esa efímera actividad para convertirlos en un vestigio permanente. Ciudad Dividida es en conclusión una serie donde su autor toma el oficio paciente del pintor y lo convierte en una activa práctica multidisciplinar.
Christian PadillaCurador e Historiador de Arte